La redera portonovesa Sara Bea Martínez | © Concello de Sanxenxo

La portonovesa Sara Bea será distinguida con la Raia de Ouro por su larga trayectoria como redera

23 abril 2024

Con tan sólo nueve años ya ataba redes y es de las pocas profesionales que sabe arreglar cualquier tipo de aparato de artes menores o de cerco


La portonovesa Sara Bea Martínez dedicó más de sesenta años de su vida a atar redes y aparatos de pesca. Una profesión que la fue envolviendo y atrapando hasta convertirla en todo un referente en el sector. “Empecé con nueve años, pero al principio no me gustaba nada. Mi prima me decía: Tú vas a ser atadora cuando yo sea cura”, recuerda.

Por sus manos pasaron miles de redes de barcos de Portonovo, tanto de artes menores como de cerco, que gracias a su habilidad pudieron salir al mar. “Puedo presumir de que ningún barco con el que trabajábamos tuvo quedar en tierra nunca por no tener el aparato reparado. Una vez hasta nos coincidieron cinco barcos. Trabajamos duro y al día siguiente salieron a la mar”, señala.

Su pasión por las redes hizo que había pospuesto hasta los 70 años a jubilación y aunque ya pasaron dos años sigue echando de menos “atar y el ambiente con las compañeras en el puerto”. Cuadrar un paño con otro no siempre resultaba sencillo. “Muchas noches le daba vueltas en la cama intentando cuadrar las tenerlas cuando la avería era complicada, pero al final siempre cuadraba. Es como un puzle”, explica.


La redera portonovesa Sara Bea Martínez | © Concello de Sanxenxo

El próximo día 28 será distinguida con la Raia de Ouro, dentro de los actos del Portonovo Gastronómico, en una ceremonia en la que estará acompañará de su marido, Mario, con el que en este mes de julio hará las bodas de oro, y sus hijos, Elena y Mario. “Mi marido siempre entendió mi trabajo. A veces tenía que marchar de una hora para otra al País Vasco y él quedaba al cargo de los hijos y de la casa. Nunca me puso un problema”, asegura.

En cuanto al oficio, Sara explica que “antes era mucho más duro porque se ataba a la intemperie. No teníamos ni baño y pasábamos mucho frío, pero con la nave mejoró mucho la situación. Recuerdo hasta marearme por el frío que cogía en las manos, pero era una satisfacción cuando arreglabas el aparato y el barco podía salir al mar”. Ahora reconoce con cierta preocupación que la profesión “se está perdiendo y ya hay pocas personas que quieran ser atadoras o rederas. No sé el que va a pasar con los barcos”.

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